miércoles, 28 de octubre de 2009

LOS PROTAGONISTAS DE LA REVOLUCION FRANCESA

LA GUILLOTINA

DANTON



MARAT


ROBESPIERRE




NAPOLEON BONAPARTE



JUEGO DE LA PELOTA




LUIS XVI
Luis XVI fue el tercer hijo de Luis Fernando, Delfín de Francia y María Josefina de Sajonia. La segunda esposa del Delfín era hija de Federico Augusto III de Polonia, rey de Polonia. Su padre murió joven y nunca llegó a reinar por lo que la descendencia pasó a Luis, que sucedió así a su abuelo Luis XV. Su padre no se ocupó de su educación, la cual le fue confiada al duque de La Vauguyon. La educación de Luis se centró más en las artes y las ciencias que en lo necesario para gobernar un país, debido en parte al duque de La Vauguyon y en parte a los intereses personales de Luis, el cual tenía gran interés por materias como la Geografía o la Historia. Luis demostró tener una gran capacidad para el estudio y una gran memoria. De hecho, fue el primer rey francés en saber inglés.

Primeros años de reinado
El comienzo del reinado de Luis sufrió un grave contratiempo con la restauración de los Parlamentos, decisión tomada por el ministro Marepas en noviembre de 1774. Los Parlamentos, centro del poder aristocrático, habían sido abolidos en el año 1771 por el ministro de Luis XV, Maupeou. Su recuperación ponía en entredicho el poder de la monarquía y daría pie a sucesos posteriores.
Los ministros de Luis al comienzo de su reinado: Turgot y Malesherbes llevaron a cabo unas reformas económicas liberales que modificara el viejo colbertismo por un sistema de mercado libre. Dichas reformas conmocionaron a las clases favorecidas económicamente, la nobleza y el clero, que, además, formaban los recién restaurados Parlamentos. La oposición de éstos a las reformas económicas finalizó con el despido de Turgot y a la dimisión de Malesherbes en 1776, el cual fue sustituido por el banquero suizo Jacques Necker.

La Guerra de la Independencia
Tras la victoria de los independentistas norteamericanos sobre los británicos en la batalla de Saratoga, Francia y España vieron una oportunidad para tomarse la revancha de la Guerra de los Siete Años y su desastroso, para los franceses, Tratado de París de 1763. Por ello, Luis apoyó firmemente a la Revolución Americana. Esta medida iba, inicialmente, en contra de los intereses del país, que estaba en una difícil situación económica, ya que apoyar una guerra resultaría muy costoso. Las posibilidades de recuperar el esfuerzo económico de la guerra en una paz victoriosa se vieron frustrados con el Tratado de Versalles de 1783 en el cual los franceses no consiguieron grandes aportaciones, aumentando así la deuda estatal. Necker dimitió en 1781 y fue sustituido por Calonne y Brienne, para ser restituido en 1788.

El colapso de la monarquía y la Revolución
Los intentos de Calonne de seguir en la línea de sus predecesores y organizar una serie de reformas económicas necesarias para sacar al estado de su precaria situación económica se encontraron, como en ocasiones anteriores, con el rechazo frontal de las clases privilegiadas. El reinado de Luis y su política poco firme había propiciado un incremento del poder aristocrático, el cual había dificultado el llevar a cabo las reformas necesarias tanto en aspectos económicos como judiciales.
En 1787, los Parlamentos se habían convertido en un órgano de poder que llegó incluso a desacatar las órdenes reales. Luis reaccionó reformando el Parlamento, limitando mucho sus funciones. En 1789, la resistencia a la reforma económica llevó a Luis a convocar los Estados Generales por primera vez desde 1614. Pretendía así conseguir aprobar las reformas económicas, dotando de mayor poder al Tercer Estado, para hacer frente así a la oposición de la nobleza. Esta convocatoria fue uno de los acontecimientos que llevaron a convertir el malestar social en la Revolución Francesa, la cual comenzó en junio de 1789. El Tercer Estado se autoproclamó Asamblea Nacional. Los intentos de Luis de tomar el control de la Asamblea dieron lugar a reacciones antimonárquicas como el Juramento del Juego de Pelota, la declaración de la Asamblea Nacional Constituyente el 9 de julio y la Toma de la Bastilla el 14 de julio. En octubre, la familia real fue trasladada del Palacio de Versalles al Palacio de las Tullerías.
Luis era muy popular y solícito con las reformas sociales, políticas y económicas propuestas por la Revolución. Los principios revolucionarios de soberanía popular, a través de los principios centrales y democráticos de eras posteriores marcó una brecha decisiva con los principios de trono y altar de la monarquía absolutista, los cuales eran el centro del gobierno contemporáneo. Esta diferencia resultaría en una oposición de los revolucionarios a cualquier forma de élite gobernante en Francia y, prácticamente, a casi todos los gobiernos europeos. Sin embargo, algunos de los personajes más destacados del movimiento revolucionario inicial fueron cuestionando los principios del control popular del gobierno. Algunos, entre los que destaca Honoré Mirabeau, hicieron planes secretos para restaurar el poder monárquico de una nueva forma.

Regreso de Luis a París tras su captura en Varennes.
Sin embargo, la muerte de Mirabeau y las depresiones de Luis acabaron con las posibilidades de restaurar la monarquía. Luis no era, sin embargo, tan reaccionario como alguno de sus hermanos, el conde de Artois y el conde de Provenza, a los que mandó numerosos mensajes, públicos y privados, para que cesaran en sus intentos de hacer un contragolpe de estado. Sin embargo, Luis se sentía molesto por el nuevo gobierno, principalmente por su cuestionamiento del papel tradicional de la monarquía y el trato que recibían él y su familia. Estaba especialmente molesto por estar, en la práctica, prisionero en las Tullerias, donde su mujer era humillada al tener que tener siempre soldados revolucionarios vigilándola en su habitación, incluso cuando dormía, y por la prohibición del nuevo régimen de permitirle tener un confesor y sacerdotes católicos de su elección, en vez de los «sacerdotes constitucionales» creados por la Revolución.

Fin de su reinado

Ejecución de Luis XVI.
El 21 de junio de 1791, Luis intentó huir de París a la actual Bélgica (en aquellos días parte del Sacro Imperio Romano Germánico) con su familia. Sin embargo, fallos en la planificación de la huida causaron el suficiente retraso para que pudieran ser identificados y capturados en Varennes. Supuestamente, Luis fue capturado mientras estaba comprando en una tienda, en la que su dependiente le reconoció por su cara inscrita en las monedas con las que pagó. Luis fue trasladado de vuelta a París, donde continuó como Rey constitucional, aunque bajo arresto domiciliario hasta 1792.
El 25 de julio de 1792, Carlos Guillermo Fernando, Duque de Brunswick, sobrino de Federico el Grande y comandante de las fuerzas prusianas, publicó un manifiesto (el llamado Manifiesto de Brunswick) que amenazaba a los parisinos con una venganza ejemplar si la familia real recibía algún daño, amenazando también con castigar cualquier tipo de oposición a los ejércitos prusianos o a la reinstauración forzada de la monarquía. El manifiesto fue considerado como la prueba definitiva de que existía una conspiración entre Luis y fuerzas extranjeras (en este caso Prusia) en contra de Francia. Luis fue arrestado oficialmente el 13 de agosto de 1792. El 21 de septiembre de ese mismo año, la Asamblea Nacional declaró la República en Francia.
El proceso contra Luis comenzó el 1 de diciembre de 1792, bajo cargos de alta traición. Fue sentenciado a muerte en la guillotina el 21 de enero de 1793, por 361 votos a favor (uno de los cuales era de su primo Felipe Igualdad), 288 en contra y 72 abstenciones. Despojado de todos sus títulos por el gobierno republicano, el Ciudadano Luis de Borbón, llamado así por los revolucionarios para quitarle su rango de rey, fue guillotinado frente a una multitud embravecida. A su muerte, su hijo de ocho años, Luis Carlos, se convirtió, para los monárquicos franceses y algunos estados extranjeros, en Luis XVII, rey de Francia de jure, a pesar de que Francia había sido declarada república.
NAPOLEON BONAPARTE

Las monografías deBiografías y Vidas
Napoleón Bonaparte
Biografía

Napoleón nació el 15 de agosto de 1769 en Ajaccio, capital de la actual Córcega, en una familia numerosa de ocho hermanos, la familia Bonaparte o, con su apellido italianizado, Buonaparte. Cinco de ellos eran varones: José, Napoleón, Lucien, Luis y Jerónimo. Las niñas eran Elisa, Paulina y Carolina. Al amparo de la grandeza de Napolione -así lo llamaban en su idioma vernáculo-, todos iban a acumular honores, riqueza, fama y a permitirse asimismo mil locuras. La madre, María Leticia Ramolino, era una mujer de notable personalidad, a la que Stendhal eligió por su carácter firme y ardiente.
Carlos María Bonaparte, el padre, siempre con agobios económicos por sus inciertos tanteos en la abogacía, sobrellevados gracias a la posesión de algunas tierras, demostró tener pocas aptitudes para la vida práctica. Sus dificultades se agravaron al tomar partido por la causa nacionalista de Córcega frente a su nueva metrópoli, Francia; congregados en torno a un héroe nacional, Paoli, los isleños la defendieron con las armas. A tenor de las derrotas de Paoli y la persecución de su bando, la madre de Napoleón tuvo que arrostrar durante sus primeros alumbramientos las incidencias penosas de las huidas por la abrupta isla; de sus trece hijos, sólo sobrevivieron aquellos ocho. Sojuzgada la revuelta, el gobernador francés, conde de Marbeuf, jugó la carta de atraerse a las familias patricias de la isla. Carlos Bonaparte, que religaba sus ínfulas de pertenencia a la pequeña nobleza con unos antepasados en Toscana, aprovechó la oportunidad, viajó con una recomendación de Marbeuf hacia la metrópoli para acreditarlas y logró que sus dos hijos mayores entraran en calidad de becarios en el Colegio de Autun.
Los méritos escolares de Napoleón en matemáticas, a las que fue muy aficionado y que llegaron a constituir una especie de segunda naturaleza para él -de gran utilidad para su futura especialidad castrense, la artillería-, facilitaron su ingreso en la Escuela Militar de Brienne. De allí salió a los diecisiete años con el nombramiento de subteniente y un destino de guarnición en la ciudad de Valence.
Juventud revolucionaria
A poco sobrevino el fallecimiento del padre y, por este motivo, el traslado a Córcega y la baja temporal en el servicio activo. Su agitada etapa juvenil discurrió entre idas y venidas a Francia, nuevos acantonamientos con la tropa, esta vez en Auxonne, la vorágine de la Revolución, cuyas explosiones violentas conoció durante una estancia en París, y los conflictos independentistas de Córcega. En el agitado enfrentamiento de las banderías insulares, Napoleón se creó enemigos irreconciliables, entre ellos el mismo Paoli, al romper éste con la Convención republicana y decantarse el joven oficial por las facciones afrancesadas. La desconfianza hacia los paolistas en la familia Bonaparte se fue trocando en furiosa animadversión. Napoleón se alzó mediante intrigas con la jefatura de la milicia y quiso ametrallar a sus adversarios en las calles de Ajaccio. Pero fracasó y tuvo que huir con los suyos, para escapar al incendio de su casa y a una muerte casi segura a manos de sus enfurecidos compatriotas.
Un joven Napoleón Bonaparte
Instalado con su familia en Marsella, malvivió entre grandes penurias económicas que a veces les situaron al borde de la miseria; el horizonte de las disponibilidades familiares solía terminar en las casas de empeños, pero los Bonaparte no carecían de coraje ni recursos. María Leticia, la madre, se convirtió en amante de un comerciante acomodado Clary, el hermano José se casó con una hija de éste, Marie Julie, si bien el noviazgo de Napoleón con otra hija, Désirée, no prosperó. Con todo, las estrecheces sólo empezaron a remitir cuando un hermano de Robespierre, Agustín, le deparó su protección. Consiguió reincorporarse a filas con el grado de capitán y adquirió un amplio renombre con ocasión del asedio de Tolón, en 1793, al sofocar una sublevación contrarrevolucionaria apoyada por los ingleses; el plan de asalto propuesto a unos inexperimentados generales fue suyo, la ejecución también y el éxito infalible.
En reconocimiento a sus méritos fue ascendido a general de brigada, se le destinó a la comandancia general de artillería en el ejército de Italia y viajó en misión especial a Génova. Esos contactos con los Robespierre estuvieron a punto de serle fatales al caer el Terror jacobino, el 9 Termidor, y verse encarcelado por un tiempo en la fortaleza de Antibes, mientras se dilucidaba su sospechosa filiación. Liberado por mediación de otro corso, el comisario de la Convención Salicetti, el joven Napoleón, con veinticuatro años y sin oficio ni beneficio, volvió a empezar en París, como si partiera de cero.
Encontró un hueco en la sección topográfica del Departamento de Operaciones. Además de las tareas propiamente técnicas, entre mapas, informes y secretos militares, esta oficina posibilitaba el acceso a las altas autoridades civiles que la supervisaban. Y a través de éstas, a los salones donde las maquinaciones políticas y las especulaciones financieras, en el turbio esplendor que había sucedido al implacable moralismo de Robespierre, se entremezclaban con las lides amorosas y la nostalgia por los usos del Antiguo Régimen.
Allí encontró a la refinada Josefina Tascher de la Pagerie, de reputación tan brillante como equívoca, quien colmó también su vacío sentimental. Era una dama criolla oriunda de la Martinica, que tenía dos hijos, Hortensia y Eugenio, y cuyo primer marido, el vizconde y general de Beauharnais, había sido guillotinado por los jacobinos. Mucho más tarde Napoleón, que declaraba no haber sentido un afecto profundo por nada ni por nadie, confesaría haber amado apasionadamente en su juventud a Josefina, que le llevaba unos cinco años. Entre sus amantes se contaba Barras, el hombre fuerte del Directorio surgido con la nueva Constitución republicana de 1795, quien por entonces andaba a la búsqueda de una espada, según su expresión literal, a la que manejar convenientemente para el repliegue conservador de la república y hurtarlo a las continuas tentativas de golpe de estado de realistas, jacobinos y radicales igualitarios. La elección de Napoleón fue precipitada por una de las temibles insurrecciones de las masas populares de París, al finalizar 1795, a la que se sumaron los monárquicos con sus propios fines desestabilizadores. Encargado de reprimirla, Napoleón realizó una operación de cerco y aniquilamiento a cañonazos que dejó la capital anegada en sangre. La Convención se había salvado.
Asegurada la tranquilidad interior por el momento, Barras le encomendó en 1796 dirigir la guerra en uno de los frentes republicanos más desasistidos el de Italia, contra los austríacos y piamonteses. Unos días antes de su partida se casó con Josefina en ceremonia civil, pero en su ausencia no pudo evitar que ella volviera a entregarse a Barras y a otros miembros del círculo gubernamental. Celoso y atormentado, terminó por reclamarla imperiosamente a su lado, en el mismo escenario de batalla.
Militar exitoso
Aquel general de veintisiete años transformó unos cuerpos de hombres desarrapados hambrientos y desmoralizados en una formidable máquina bélica que trituró el Piamonte en menos de dos semanas y repelió a los austríacos más allá de los Alpes, de victoria en victoria. Sus campañas de Italia pasarían a ser materia obligada de estudio en las academias militares durante innúmeras promociones. Tanto o más significativas que sus victorias aplastantes en Lodi, en 1796, en Arcole y Rívoli, en 1797, fue su reorganización política de la península italiana, que llevó a cabo refundiendo las divisiones seculares y los viejos estados en repúblicas de nuevo cuño dependientes de Francia. El rayo de la guerra se revelaba simultáneamente como el genio de la paz. Lo más inquietante era el carácter autónomo de su gestión: hacía y deshacía conforme a sus propios criterios y no según las orientaciones de París. El Directorio comenzó a irritarse. Cuando Austria se vio forzada a pedir la paz en 1797, ya no era posible un control estricto sobre un caudillo alzado a la categoría de héroe legendario.
Napoleón en la campaña de Egipto (Antoine Jean Gros)
Napoleón mostraba una amenazadora propensión a ser la espada que ejecuta, el gobierno que administra y la cabeza que planifica y dirige, tres personas en una misma naturaleza de inigualada eficacia. Por ello, el Directorio columbró la posibilidad de alejar esa amenaza aceptando su plan de cortar las rutas vitales del poderío británico -las del Mediterráneo y la India- con una expedición a Egipto. Así, el 19 de mayo de 1798 embarcaba rumbo a Alejandría, y dos meses después, en la batalla de las pirámides, dispersaba a la casta de guerreros mercenarios que explotaban el país en nombre de Turquía, los mamelucos, para internarse luego en el desierto sirio. Pero todas sus posibilidades de éxito se vieron colapsadas por la destrucción de la escuadra francesa en Abukir por Nelson, el émulo inglés de Napoleón en los escenarios navales.
El revés lo dejó aislado y consumiéndose de impaciencia ante las fragmentarias noticias que recibía de Europa. Allí la segunda coalición de las potencias monárquicas había recobrado las conquistas de Italia y la política interior francesa hervía de conjuras y candidatos a asaltar un Estado en el que la única fuerza estabilizadora que restaba era el ejército. Por fin se decidió a regresar a Francia en el primer barco que pudo sustraerse al bloqueo de Nelson, recaló de paso en su isla natal y nadie se atrevió a juzgarle por deserción y abandono de sus tropas, mientras subía otra vez de Córcega a París, ahora como héroe indiscutido.
Primer Cónsul
En pocas semanas organizó el golpe de estado del 18 Brumario (según la nueva nomenclatura republicana del calendario: el 9 de noviembre) con la colaboración de su hermano Luciano, el cual le ayudó a disolver la Asamblea Legislativa del Consejo de los Quinientos en la que figuraba como presidente. Era el año de 1799. El golpe barrió al Directorio, a su antiguo protector Barras, a las cámaras a los últimos clubes revolucionarios, a todos los poderes existentes e instauró el Consulado: un gobierno provisional compartido en teoría por tres titulares, pero en realidad cobertura de su dictadura absoluta, sancionada por la nueva Constitución napoleónica del año 1800.
Napoleón, Primer Cónsul (Óleo de Antoine Jean Gros)
Aprobada bajo la consigna de «la Revolución ha terminado», la nueva Constitución restablecía el sufragio universal que había recortado la oligarquía termidoriana, sucesora de Robespierre. En la práctica, calculados mecanismos institucionales cegaban los cauces efectivos de participación real a los electores, a cambio de darles la libertad de que le ratificasen en entusiásticos plebiscitos. El que validó su ascensión a primer cónsul al cesar la provisionalidad, arrojó menos de dos mil votos negativos entre varios millones de papeletas. Pero Napoleón no se contentó con alargar luego esta dignidad a una duración de diez años, sino que en 1802 la convirtió en vitalicia. Era poco todavía para el gran advenedizo que embriagaba a Francia de triunfos después de haber destruido militarmente a la segunda coalición en Marengo, y emprendía una deslumbrante reconstrucción interna.
Napoleón, Emperador
La heterogénea oposición a su gobierno fue desmantelada mediante drásticas represiones a derecha e izquierda, a raíz de fallidos atentados contra su persona; el ejemplo más amedrentador fue el secuestro y ejecución de un príncipe emparentado con los Borbones depuestos, el duque de Enghien, el 20 de marzo de 1804. El corolario de este proceso fue el ofrecimiento que le hizo el Senado al día siguiente de la corona imperial. La ceremonia de coronación se llevó a cabo el 2 de diciembre en Notre Dame, con la asistencia del papa Pío VII, aunque Napoleón se ciñó la corona a sí mismo y después la impuso a Josefina; el pontífice se limitó a pedir que celebrasen un matrimonio religioso, en un sencillo acto que se ocultó celosamente al público. Una nueva Constitución el mismo año afirmó aún más su autoridad omnímoda.
Napoleón coronado emperador (Cuadro de J. A. D. Ingres)
La historia del Imperio es una recapitulación de sus victorias sobre las monarquías europeas, aliadas en repetidas coaliciones contra Francia y promovidas en último término por la diplomacia y el oro ingleses. En la batalla de Austerlitz, de 1805, abatió la tercera coalición; en la de Jena, de 1806, anonadó al poderoso reino prusiano y pudo reorganizar todo el mapa de Alemania en la Confederación del Rin, mientras que los rusos eran contenidos en Friendland, en 1807. Al reincidir Austria en la quinta coalición, volvió a destrozarla en Wagram en 1809.
Nada podía resistirse a su instrumento de choque, la Grande Armée (el 'Gran Ejército'), y a su mando operativo, que, en sus propias palabras, equivalía a otro ejército invencible. Cientos de miles de cadáveres de todos los bandos pavimentaron estas glorias guerreras. Cientos de miles de soldados supervivientes y sus bien adiestrados funcionarios, esparcieron por Europa los principios de la Revolución francesa. En todas partes los derechos feudales eran abolidos junto con los mil particularismos económicos, aduaneros y corporativos; se creaba un mercado único interior, se implantaba la igualdad jurídica y política según el modelo del Código Civil francés, al que dio nombre -el Código Napoleón, matriz de los derechos occidentales, excepción hecha de los anglosajones-; se secularizaban los bienes eclesiásticos; se establecía una administración centralizada y uniforme y la libertad de cultos y de religión, o la libertad de no tener ninguna. Con estas y otras medidas se reemplazaban las desigualdades feudales -basadas en el privilegio y el nacimiento- por las desigualdades burguesas -fundadas en el dinero y la situación en el orden productivo-.
La obra napoleónica, que liberó fundamentalmente la fuerza de trabajo, es el sello de la victoria de la burguesía y puede resumirse en una de sus frases: «Si hubiera dispuesto de tiempo, muy pronto hubiese formado un solo pueblo, y cada uno, al viajar por todas partes, siempre se habría hallado en su patria común». Esta temprana visión unitarista de Europa, quizá la clave de la fascinación que ha ejercido su figura sobre tan diversas corrientes historiográficas y culturales, ignoraba las peculiaridades nacionales en una uniformidad supeditada por lo demás a la égida imperialista de Francia. Así, una serie de principados y reinos férreamente sujetos, mero glacis defensivo en las fronteras, fueron adjudicados a sus hermanos y generales. El excluido fue Luciano Bonaparte, a resultas de una prolongada ruptura fraternal.
A las numerosas infidelidades conyugales de Josefina durante sus campañas, por lo menos hasta los días de la ascensión al trono, apenas había correspondido Napoleón con algunas aventuras fugaces. Éstas se trocaron en una relación de corte muy distinto al encontrar en 1806 a la condesa polaca María Walewska, en una guerra contra los rusos; intermitente, pero largamente mantenido el amor con la condesa, satisfizo una de las ambiciones napoleónicas, tener un hijo, León. Esta ansia de paternidad y de rematar su obra con una legitimidad dinástica se asoció a sus cálculos políticos para empujarle a divorciarse de Josefina y solicitar a una archiduquesa austriaca, María Luisa, emparentada con uno de los linajes más antiguos del continente.
Napoleón con sus hijos
Sin otro especial relieve que su estirpe, esta princesa cumplió lo que se esperaba del enlace, al dar a luz en 1811 a Napoleón II -de corta y desvaída existencia, pues murió en 1832-, proclamado por su padre en sus dos sucesivas abdicaciones, pero que nunca llegó a reinar. Con el tiempo, María Luisa proporcionó al emperador una secreta amargura al no compartir su caída, ya que regresó al lado de sus progenitores, los Habsburgo, con su hijo, y en la corte vienesa se hizo amante de un general austriaco, Neipperg, con quien contrajo matrimonio en segundas nupcias a la muerte de Napoleón.
El ocaso
El año de su matrimonio con María Luisa, 1810, pareció señalar el cenit napoleónico. Los únicos Estados que todavía quedaban a resguardo eran Rusia y Gran Bretaña, cuya hegemonía marítima había sentado de una vez por todas Nelson en Trafalgar, arruinando los proyectos mejor concebidos del emperador. Contra esta última había ensayado el bloqueo continental, cerrando los puertos y rutas europeos a las manufacturas británicas. Era una guerra comercial perdida de antemano, donde todas las trincheras se mostraban inútiles ante el activísimo contrabando y el hecho de que la industria europea aún estuviese en mantillas respecto de la británica y fuera incapaz de surtir la demanda. Colapsada la circulación comercial, Napoleón se perfiló ante Europa como el gran estorbo económico, sobre todo cuando las mutuas represalias se extendieron a los países neutrales.
El bloqueo continental también condujo en 1808 a invadir Portugal, el satélite británico, y su llave de paso, España. Los Borbones españoles fueron desalojados del trono en beneficio de su hermano José, y la dinastía portuguesa huyó a Brasil. Ambos pueblos se levantaron en armas y comenzaron una doble guerra de Independencia que los dejaría destrozados para muchas décadas, pero fijaron y diezmaron a una parte de la Grande Armée en una agotadora lucha de guerrillas que se extendió hasta 1814, doblada en las batallas a campo abierto por un moderno ejército enviado por Gran Bretaña.
La otra parte del ejército, en la que había enrolado a contingentes de las diversas nacionalidades vencidas, fue tragada por las inmensidades rusas. En la campaña de 1812 contra el zar Alejandro I, Napoleón llegó hasta Moscú, pero en la obligada retirada perecieron casi medio millón de hombres entre el frío y el hielo del invierno ruso, el hambre y el continuo hostigamiento del enemigo. Toda Europa se levantó entonces contra el dominio napoleónico, y el sentimiento nacional de los pueblos se rebeló dando soporte al desquite de las monarquías; hasta en Francia, fatigada de la interminable tensión bélica y de una creciente opresión, la burguesía resolvió desembarazarse de su amo.
La batalla resolutoria de esta nueva coalición, la sexta, se libró en Leipzig en 1813, la «batalla de las Naciones», una de las grandes y raras derrotas de Napoleón. Fue el prólogo de la invasión de Francia, la entrada de los aliados en París y la abdicación del emperador en Fontainebleau, en abril de 1814, forzada por sus mismos generales. Las potencias vencedoras le concedieron la soberanía plena sobre la minúscula isla italiana de Elba y restablecieron en su lugar a los Borbones, arrojados por la Revolución, en la figura de Luis XVIII.
Su estancia en Elba, suavizada por los cuidados familiares de su madre y la visita de María Walewska, fue comparable a la de un león enjaulado. Tenía cuarenta y cinco años y todavía se sentía capaz de hacer frente a Europa. Los errores de los Borbones, que a pesar del largo exilio no se resignaban a pactar con la burguesía, y el descontento del pueblo le dieron ocasión para actuar. Desembarcó en Francia con sólo un millar de hombres y, sin disparar un solo tiro, en un nuevo baño triunfal de multitudes, volvió a hacerse con el poder en París.
Pero fue completamente derrotado en junio de 1815 por los vigilantes Estados europeos -que no habían depuesto las armas, atentos a una posible revigorización francesa- en Waterloo y puesto nuevamente en la disyuntiva de abdicar. Así concluyó su segundo período imperial, que por su corta duración se ha llamado de los Cien Días (de marzo a junio de 1815). Se entregó a los ingleses, que le deportaron a un perdido islote africano, Santa Elena, donde sucumbió lentamente a las iniquidades de un tétrico carcelero, Hudson Lowe. Antes de morir, el 5 de mayo de 1821, escribió unas memorias, el Memorial de Santa Elena, en las que se describió a sí mismo tal como deseaba que le viese la posteridad. Ésta aún no se ha puesto de acuerdo sobre su personalidad mezcla singular del bronco espadón cuartelero, el estadista, el visionario, el aventurero y el héroe de la antigüedad obsesionado por la gloria.


ROBESPIERRE
Maximilien François Marie Isidore de Robespierre (Arras, 6 de mayo de 1758París, 28 de julio de 1794) fue un político francés (apodado «El Incorruptible» por su dedicación a la Revolución y por su resistencia a los sobornos) y uno de los más importantes líderes de la Revolución Francesa. Fue uno de los miembros más influyentes del Comité de Salvación Pública, que gobernó de facto durante el periodo en el que los revolucionarios consolidaron su poder, etapa denominada sobre todo en la tradición anglosajona como Reinado del Terror. Robespierre fue guillotinado el 28 de julio de 1794 (9 de Termidor) junto a 21 de sus seguidores

MARAT

Jean-Paul Marat (Boudry, Suiza, 24 de mayo de 1743París, 13 de julio de 1793) fue un científico y médico francés de padre sardo y madre suiza que realizó gran parte de su carrera en el Reino Unido, pero que resulta más conocido como activista, periodista y político durante la Revolución Francesa.
Se le identificó con el ala izquierda de la Revolución. Fue tan amado por los sectores más desposeídos de la sociedad como detestado por los aristócratas y burgueses. Para garantizar el triunfo revolucionario, estuvo a favor de medidas tan radicales como las llamadas Masacres de septiembre de 1792 de los "enemigos de la revolución" encarcelados. Fue miembro del partido Cordeleros durante la Revolución Francesa y ayudó a consolidar el Reinado del Terror elaborando "listas negras". Fue apuñalado en su bañera por la girondina Charlotte Corday en 1793.


DANTON

Georges Jacques Danton (Arcis-sur-Aube, 26 de octubre de 1759 - guillotinado en París, el 5 de abril de 1794) Abogado y Político francés que desempeñó un papel determinante durante la Revolución francesa y cuyo talante contemporizador fue rechazado por los sectores rivales.
Su padre murió cuando él contaba con tres años de edad, dejando viuda a su madre y huérfanos a los seis hijos de la familia. Internado en un asilo, sufre un accidente con un toro que le deforma la nariz y los labios. Comenzó estudiando en un pequeño seminario de Troyes, y continuó sus estudios en los Oratorios de Troyes, aunque se niega a estudiar una carrera eclesiástica.
Danton se hizo abogado. Después de trasladarse a París, se inició para él una etapa de prosperidad gracias a un afortunado matrimonio con la hija de un hombre acaudalado. Obtuvo un importante préstamo que le permitió una prestigiosa posición legal y llevar una vida acomodada. Cuando comenzó la Revolución Francesa en 1789, se introdujo en la política con entusiasmo y pasó a ser el presidente del club de los Cordeliers, la vanguardia del radicalismo parisino. Sus discursos a menudo eran intensos, pero solía actuar con cautela. Pese a ser una persona generosa, amable y de gran flexibilidad ideológica, recayeron en 1791 graves sospechas de que aceptaba sobornos de los monárquicos.
En julio de 1790 fundó La Sociedad de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, más conocido por el club de Los Cordeliers, anteriormente citado. Tras un corto exilio en Gran Bretaña, en 1792 regresó a París y participó en La Insurrección del 10 de agosto de 1792. La Asamblea Legislativa le nombró Ministro de Justicia.
No se convirtió en una figura relevante hasta la caída de la monarquía, ocurrida en agosto de 1792. Como ministro del gobierno provisional, inspiró y exigió audacia, el valor que salvaría a la Francia revolucionaria de sus enemigos. Fue elegido miembro de la Convención Nacional, en la que recibió inmediatamente los ataques de los diputados moderados, conocidos como girondinos, que le consideraban un radical y un rival peligroso. Danton intentó conciliarse con sus oponentes, pero sus esfuerzos fueron rechazados. Este conflicto se resolvió con la caída de los girondinos en junio de 1793. Mientras tanto, prestó sus servicios en el Comité de Salvación Pública, el órgano ejecutivo de la República Francesa, pero fracasó estrepitosamente en su intento de poner fin a la guerra entre Francia y las monarquías europeas a través de canales diplomáticos. Finalmente, su aliado, Maximilien de Robespierre, emergió como figura central del Comité.
En noviembre de 1792 fue enviado por la Convención a Bélgica por lo que no estuvo presente en la vista del juicio contra Luis XVI, pero al dictarse la sentencia votó por la muerte del rey apoyando así a Robespierre. Defendió la anexión de Bélgica a la república y la creación de un comité de salvación pública del cual fue miembro prepoderante.
La jefatura de la República se encontraba desgarrada en 1794 por los conflictos entre los nuevos grupos políticos y las acusaciones de corrupción y traición. Danton buscó nuevamente una solución de compromiso con los distintos sectores, pero sus propias simpatías estaban decididamente con aquellos que deseaban moderar la represión y el terror (los indulgentes). Pese a ello, su posición se vio socavada por la corrupción y las intrigas de sus amigos. Robespierre decidió que la unidad del gobierno sólo podía mantenerse eliminando tanto a los radicales como a los “indulgentes”, incluido Danton. Tras ser sometido a juicio por el Tribunal Revolucionario, Danton perdió primero su reputación y después su vida: murió en la guillotina el 5 de abril de 1794. Algunos historiadores consideran a Danton como un hombre realista que no se dejó llevar por el fervor ideológico que, en cambio, representaría una amenaza a la Revolución, como Robespierre.


LA GUILLOTINA

La guillotina fue la máquina utilizada para aplicar la pena capital por decapitación en varios países europeos como Francia, Bélgica, Suecia, la antigua República Federal de Alemania, la antigua República Democrática de Alemania y algunos cantones Suizos. Su utilización se inició en Francia en 1789.
También se usa para denominar a sistemas que recurren a un mecanismo similar, como las ventanas de guillotina, de apertura vertical; una cuchilla para cortar papel por presión; o el sistema de regulación del caudal de aire al motor utilizado en competición y alternativo a la válvula de mariposa, habitual en los motores de calle.